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jueves, 18 de abril de 2024

SEMANA DE JEAN-LUC GODARD EN EPTV: "SIN ALIENTO"

jueve 18 de abril - 22 hs
Semana de Jean-Luc Godard en EPTV: "Sin aliento"
Como la vida misma, el cine trae consigo muchas dicotomías. Una de las más discutidas, que ha generado textos, ensayos y postulados, es el cuidado del estilo en desmedro de la sustancia o viceversa. ¿Son necesariamente contrarios o deben complementarse para lograr la tan anhelada “película perfecta”? ¿Qué pasa cuando un filme sucumbe ante la tentación de la forma, y pone en un lugar preponderante el estilo, el “cómo se ve” por sobre lo que se quiere decir?
De los directores posmodernos, quizás el único que se salva de no ser juzgado bajo este prisma, sino simplemente venerado (no importa lo que haga o como lo haga), sea Quentin Tarantino. Lo cierto es que la razón de ser de uno de los directores emblemas del postmodernismo, y caníbal non plus ultra del cine B, tiene nombre y apellido: Jean- Luc Godard. La obra del llamado “alma revolucionaria de la Nueva Ola francesa” ha sido el principal referente a lo largo de la carrera de Tarantino y de muchos otros. Para muestra, un botón: Su productora, Band Apart, debe su nombre a la maravillosa película homónima del realizador de sus afectos.
No podemos olvidar a Godard. Es nuestro deber recordar quien es, sus descabelladas y fascinantes obras, su legado. Tarantino es solo uno de sus muchos discípulos que encontraron en su tratamiento de la forma una fuente inagotable de contenido e inspiración. Y es en Sin aliento donde el realizador francés eleva a la máxima expresión su afán por la estética, mientras construye con detalles la grandeza del todo.
El filme se centra en las desventuras de Michel Poiccard (Jean Paul-Belmondo), ladrón de mala muerte que, luego de asesinar a un policía, intenta escapar de la justicia y conquistar a Patricia (Jean Seberg), una estudiante de periodismo norteamericana que busca suerte en París. La cámara —manejada por Godard con virtuosa artesanía— sigue a Michel por la capital francesa con el mismo vértigo con que él sortea su propia imagen en las portadas de las crónicas policiales. Mientras agota sus posibilidades de escapatoria, Poiccard acentúa su descaro y su afán por no despertar simpatía alguna. Pero es esa misma desfachatez la que obliga, en cierta forma, a quererlo, a entender sus decisiones e incluso a hacernos cómplices de su actuar.
Sin aliento te deja, literalmente, sin respiración. No solo por la maestría de su ritmo y la fluidez de su edición, sino también por la forma en que rediseña y defiende una nueva idea de cine, que marcaría para siempre el devenir de tantas películas. Esas que sentimos, admiramos y amamos, pero que pocas veces nos preguntamos de dónde vienen o cuál es su razón de ser. Los protagonistas, Michel y Patricia, se transforman en cuerpos cinematográficos casi mitológicos, que se confunden con los actores que los interpretan y traspasan todo límite entre pantalla y tridimensionalidad. Él, un antihéroe forjado en el cine negro, sin ideales, motivaciones ni el encanto calculador de Humphrey Bogart, Gary Grant o Jean Gabin. Un galán cuyo leitmotiv es vivir acorde a sus impulsos y sobrevivir a la siguiente escena. Ella, una mujer que vive inmersa en sus pensamientos, atrapada en sus preguntas sin respuesta, enamorada fugaz y vividora intensa, dueña de una mirada nostálgica que nadie logra borrar.
Ambos, personajes y actores, son un retrato de la época en la que viven, además de estandartes del cine que proclaman. Esa congruencia entre ficción, narración, forma y contexto histórico-social es uno de los sellos del cine de Godard, que se extrapola también a toda la corriente tras la Nouvelle Vague. Una creación artística que vive inmersa en la dicotomía eterna entre representación y realidad, pero que lejos de entramparse y alterar su resultado, fluye en todas sus contradicciones y hace emerger una nueva fórmula, que se parece mucho a la vida.
En medio del frenesí del filme, Patricia hace una pausa y se apresta a entrevistar a un afamado escritor, en su primer trabajo como reportera para el New York Herald Tribune. Mientras intenta alzar su voz entre la multitud, el entrevistado clava sus ojos en ella. Patricia le pregunta: «¿Cuál es su máxima aspiración en la vida?», «Me gustaría ser inmortal y después morir», responde el escritor. Entonces, la esencia del filme comienza a tomar forma: ¿Cómo ser inmortal y después morir? ¿Cómo ser algo o alguien que no se es? ¿Cómo ser libre y, al mismo tiempo, atenerse a los límites intrínsecos del ser humano? Las acciones de Michel y Patricia son guiadas por estas contradicciones vitales, que al mismo tiempo los unen irrevocablemente. Y aunque el filme no entrega las respuestas, despliega las interrogantes justas, dejándolas inconclusas para quien se aventure a responderlas. Y, de paso, se vuelve una película inmortal.
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