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sábado, 13 de abril de 2024

SÁBADO 13 DE ABRIL EN EPTV: "Y TAMBIÉN LA LLUVIA" DE ICÍAR BOLLAÍN

sábado 13 de abril - 22 hs
EPTV: "Y también la lluvia" de Icíar Bollaín

También la lluvia o la doble moral
También la lluvia (2010), de la directora española Icíar Bollaín, es una película que, desde el punto de vista estructural, resulta bastante compleja. Se organiza en torno a tres tramas entrelazadas: un nivel metadiegético relacionado con el rodaje de una película sobre Cristóbal Colón por parte de un director llamado Sebastián; un nivel diegético sobre la guerra del agua en Cochabamba; y un nivel extra-diegético a través del making of de un documental realizado por el personaje de María. Este entrelazamiento favorece el diálogo entre varios momentos históricos (finales del siglo XV y el año 2000) y una reflexión sobre la continuidad de la violencia y la permanencia de los patrones de pensamiento heredados del colonialismo. 

La lucha del cacique indígena Hatuey contra las exacciones de los conquistadores españoles encuentra así una prolongación en las manifestaciones populares contra la privatización del agua en Bolivia, siendo la conexión favorecida por el personaje de Daniel que encarna a la vez al rebelde taíno y al líder de los opositores a la multinacional Bechtel. El oro de antaño ha sido sustituido por el agua de hoy, como confirma Paul Laverty, guionista de la película: «El agua se había convertido en el nuevo oro. Los teólogos dogmáticos en sotana de hace 500 años se habían convertido en economistas dogmáticos en traje» (“Apéndice. Paul Laverty sobre También la lluvia”, También la lluvia. Guión original de Paul Laverty, Stuttgart, Reclam, 2015, p. 187. Todas las referencias entre paréntesis remiten a este guion).

Igualmente interesante, desde nuestro punto de vista, y quizás menos comentada, es la actitud de varios personajes occidentales cuyos discursos no reflejan sus acciones, ya que se contentan con mostrar posturas ideológicas: el director Sebastián, así como Alberto y Juan que interpretan, respectivamente, los papeles de Bartolomé de Las Casas y Antonio de Montesinos. A primera vista, Sebastián parece preocupado por los demás, defendiendo la idea de que todos los aspirantes a un papel en el filme que dirige deben ser recibidos. Además, no duda en señalar al representante de las autoridades bolivianas “que la gente que paga dos dólares al día no puede permitirse un aumento del 300% en el precio del agua” (104). Sin embargo, el espectador pronto se da cuenta de que este idealista es, en el fondo, un egoísta solo interesado por su película: “lo primero es la película” (33), proclama. Peor aún, cuando estallan los disturbios en Cochabamba, no muestra ninguna empatía por la angustia de Teresa, la madre de la niña Belén que fue herida (152), y hasta muestra racismo hacia los indígenas. Por razones presupuestarias, no ve ningún problema en sustituir a los taínos por los quechuas, como si fueran intercambiables y compartieran la misma cultura, y acaba enfadándose y refiriéndose a ellos como “mis indios” (122), llamándolos “[c]ampesinos ignorantes de mierda” (96), sugiriendo que se les pague menos (97), etc.

La actitud de los otros dos personajes no es mucho mejor. Mientras los actores se enzarzan constantemente en una pequeña competición entre ellos para determinar quién de Bartolomé de Las Casas o de Antonio de Montesinos fue el mejor defensor de los indígenas (40-41), e incluso se funden emocionalmente con sus papeles, Alberto y Juan son los primeros en desear volver a Europa y abandonar la ciudad y a los manifestantes a su suerte (145-146, 159). 

Otros dos personajes (Antón, que interpreta a Cristóbal Colón en la pantalla, y el productor Costa) provocan un cierto rechazo al principio de la película. El distanciamiento irónico del primero y el frío materialismo del segundo no animan al espectador a identificarse con ellos. Sin embargo, si se examinan más de cerca, resultan ser mucho más positivos que los demás. Antón no duda en matizar la figura apologética, incluso hagiográfica, de Bartolomé de Las Casas señalando que fue el promotor de la esclavitud de los negros (51-54), considera que la película de Sebastián es una forma de “propaganda” y se lo hace saber (55), y pone al alcalde de Cochabamba en su sitio deconstruyendo su apología del FMI (40). En contra de las apariencias, se preocupa por la suerte de los manifestantes.

Así, al final de la película, es el único miembro del equipo que, desafiando el peligro, da de beber a un prisionero indígena maltratado por los militares (161). El caso más llamativo es, sin embargo, el de Costa. Si se puede lamentar una evidente hollywoodización al final de la película en la medida en que la resistencia colectiva da paso al rescate sentimental de una niña por parte de un hombre blanco viril, el personaje es el único que evoluciona. Muy antipático al principio del filme, movido por el dinero, consigue humanizarse y redimirse. 

¿No es esta al fin y al cabo la intención inicial de Howard Zinn, el historiador estadounidense que fue uno de los puntos de partida de la escritura de la película y a quien está dedicada la obra? Conocido por su libro La otra historia de los Estados Unidos desde 1492 hasta el presente, recuerda en su ensayo una frase que leyó una vez: “El grito de los pobres no siempre es justo, pero si no lo escuchas, nunca sabrás lo que es la justicia”. Costa ha entendido esta llamada y, al contrario de casi todos los demás personajes occidentales, aparentemente más solidarios, da fe de esta preocupación por la justicia.


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