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lunes, 29 de abril de 2024

CINE CUBANO EN EPTV: VAMPIROS EN LA HABANA

lunes 29 de abril - 22 hs
Cine cubano en EPTV: Vampiros en La Habana (Juan Padrón, 1985)
Juan Padrón fue el creador de Elpidio Valdés, el personaje de dibujos animados que está anclado en la memoria sentimental de varias generaciones de cubanos. Las aventuras de este coronel del ejército mambí en su lucha contra los españoles estaban preñadas a partes iguales de humor y heroísmo. La serie sintonizó de inmediato con el ethos del carácter cubano y con la mitología del nacimiento de la gesta independentista. Como cantaba Carlos Varela en su “Memorias”: “no tengo a Supermán/tengo a Elpidio Valdés”.
El éxito le permitió a Juan Padrón lanzarse a proyectos más ambiciosos. Ya había incursionado en el largometraje en 1979, con una adaptación para la gran pantalla del propio Elpidio Valdés. Con ¡Vampiros en La Habana!, seis años más tarde, Padrón sorprendió a su público al despachar una historia totalmente alejada del personaje que le dio la fama, tanto en contenido y sentido del humor como en diseño.
Fue una sorpresa gozosa, cabría añadir. Porque ¡Vampiros en La Habana! es un descacharrante delirio en el que se mezclan géneros, referencias cinematográficas, guiños a la idiosincrasia isleña, reconstrucciones históricas y urbanísticas y un humor corrosivo muy para adultos –sexualidad explícita incluida– que terminó por colocar a la película entre los grandes clásicos de la cinematografía cubana.
El punto de partida de un guion que firma el propio Padrón con su hermano Ernesto, también dibujante, no puede ser más surrealista: la lucha de dos clanes de vampiros por hacerse con el control de una pócima que les permite soportar la luz del sol y cuyo inventor es un vampiro refugiado en La Habana. Su exilio cubano obedece a que el brebaje, denominado Vampisol, necesita grandes cantidades de ron y piña colada…
La acción está situada en los años treinta del siglo XX, lo que permite nimbar a los protagonistas, al igual que ocurría con Elpidio Valdés, con el halo de las luchas por la libertad. En esta ocasión la pelea es contra la dictadura de Gerardo Machado. La ubicación temporal también sirve para homenajear a una de las muchas edades de oro que ha tenido la ciudad: los clubes de salsa y latin jazz, ilustrados sonoramente por la abrasiva trompeta de Arturo Sandoval; las húmedas noches de fiesta por las calles de La Habana Vieja; el malecón al atardecer, donde coinciden enamorados y bandas de conspiradores; las pensiones y meubles a los que acuden parejas estrictamente heterosexuales –algún gag en ese sentido hoy sería completamente irreproducible–; las casonas de la oligarquía y las corralas del barrio, representando las aparentemente inamovibles diferencias de clase que saltarían por los aires tres décadas después; la catedral con las prostitutas que deambulan por sus arcadas y sus portales en busca de turistas trasnochados; los primeros convertibles llegados a la isla rasgando el silencio de la madrugada habanera…
Por esos escenarios, dibujados con una indisimulada intención evocadora, circula una galería de personajes entrañables que oscilan entre el “choteo” –ese barniz de humor irreverente que impregna el sentir cubano– con el coraje y la valentía de un pueblo siempre cimarrón. No hay contradicción. Ya Justo Planas, en su estudio sobre Elpidio Valdés, señalaba que Juan Padrón, de alguna forma, había logrado “conciliar la solemnidad de toda guerra con el carácter cubano, probando de una vez que no son excluyentes”. Este fresco incluye a la migración gallega, tan risible pero a la vez tan querible, pero deja fuera de cualquier consideración cariñosa a gringos y europeos, blancos de las puyas más ácidamente decoloniales.
La coctelera de referencias va desde las películas de terror de serie B de la Hammer Film Productions –comenzando ya en los títulos de crédito– hasta los filmes de gánsteres, del Scarface de los años treinta a El Padrino. La última media hora es puro slapstick acelerado, más cercano a Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd que a los clásicos del cine de animación.El éxito de ¡Vampiros en La Habana! fue demoledor y catapultó a su creador a la fama más allá de las fronteras de Cuba. Han pasado casi cuarenta años y nuevas generaciones siguen enganchándose a las correrías de Werner Amadeus Von Drácula y su sobrino Pepito, Johnny Terrori, Al Tapone y Lola. Muchas frases de la película se han convertido en expresiones populares en la isla. Dos décadas más tarde Padrón dirigió una secuela, ¡Más vampiros en La Habana! Es una digna continuación, aunque no llega al nivel de su predecesora. En cualquier caso, los vampiros de Padrón forman parte ya de la memoria del celuloide cubano, a la misma altura que Memorias del subdesarrollo, Fresa y chocolate o La muerte de un burócrata.

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